¿A quién no le gusta comer fuera? Por una parte no tienes que cocinar y por otra no tienes que pensar qué cocinar; esto último es a veces lo más complicado. Cuando comes fuera, vas, te sientas, echas un vistazo a la carta, pides y te sirven. Incluso tienes ocasión de probar algo que no te prepararías en tu casa. Luego está el no tener que poner/quitar la mesa, llenar/vaciar el lavavajillas y no tener que limpiar el suelo de los rastros de suciedad que dejan tras de si los pequeños J y K cuando comen, por ejemplo, arroz.
Beber fuera también está bien, pero no es una experiencia tan gratificante. De hecho, las bebidas fuera de casa saben igual que en tu propia cocina y son de cinco a diez veces más caras que a precio de coste. ¿No es esto un abuso por parte del sector hostelero? Si se tiene en cuenta lo poco que hay que trabajar para servir una bebida y los enormes márgenes de ganancias que le aportan, habría que sabotearle el consumo de bebidas. Un día de trabajo cualquiera a la hora de comer, si no hay bebida incluida en el menú, yo me niego a pagar dos euros cincuenta por un botellín de agua. No bebo y punto. Disfruto del carácter líquido del caldo de la sopa y del aliño de la ensalada... y ya beberé algo cuando vuelva a la oficina. Quizá os extrañe o quizá no me creáis, pero ésta es una actitud que tiene que ver más con el boicot que con la tacañería. Quiero que el camarero me mire raro cuando le contesto que "nada" a la pregunta del qué beberé y quiero devolverle una mirada desafiante. Quiero que lea en mis ojos que he descubierto su treta y que no caigo en la trampa de la bebida hiperinflacionaria. Si me augurara que me voy a atragantar sin bebida o, descaradamente y sin rodeos, me preguntara por qué no bebo, me encantaría decirle que me gastaré mis cuartos (mis euros) en otra cosa que no sea el que un extraño me quite la chapa a una fanta. Con dos euros tengo para más de un litro de gasolina (poco más de un litro, por cierto). Claro que no me la puedo beber, ya lo sé. Con dos euros puedo comprar dos paquetes de Fisherman's Friend, que me duran toda una semana. Con dos euros puedo entrar en un museo. Pero seguro que el camarero no me preguntará. Aquí la gente es muy respetuosa. Aún no me ha llamado gentilmente la atención el gerente de aquel centro comercial.
Por favor, coman y beban fuera. ¡Muchas gracias!En el Museo del Jabón que visitamos durante un momento de ocio en Pascua -ya os contaré otro día qué es lo que se expone en un museo del jabón- no nos prohíben que consumamos comidas o bebidas en el interior. Ya hay mucha norma y prohibición por ahí sueltas en Alemania. Me acuerdo de las discusiones (siempre en tono humorístico) respecto a prohibiciones con mi antigua profesora de alemán, Sandra. Una clase nos la pasamos riendo tratando de matizar los distintos significados de unos carteles de "
verboten" (prohibido), otros de "
streng verboten" (prohibido de manera rigurosa) y unos últimos de "
strengstens verboten" (prohibido de la manera más rigurosa). El número de prohibiciones nunca disminuye, siempre va a más. No olvidemos las nuevas prohibiciones de carritos de niños en las escaleras mecánicas. Sandra también se habría reído bastante de ésta.
En el Museo del Jabón no prohíben. Allí nos invitan, casi nos suplican que comamos y bebamos fuera. Yo por mi parte estaría dispuesto a hacerlo más a menudo. Si no estuviera todo tan caro...